Hacer posible la convivencia: CIVISMO Y CIUDADANÍA (entrevista)




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«Deberíamos estar dispuestos a no convertir la política en una especie de religión posmoderna»

 

El profesor de la Universidad CEU Cardenal Herrera y filósofo Higinio Marín ha publicado CIVISMO Y CIUDADANÍA (La Huerta Grande, Madrid, 2019), un libro compuesto de ensayos breves sobre la actualidad cultural, política y social abordados desde una perspectiva filosófica.


(Publicado en El Rotativo, 2020. Raquel Sánchez)

 

Con su obra Civismo y ciudadanía, ¿qué mensaje ha pretendido lanzar al lector?

Básicamente, el mensaje que se alude en el título: que la mera condición jurídica y formal del ciudadano no es suficiente para dar consistencia a un sistema democrático, y mucho menos para ser un sistema efectivo de convivencia y de crecimiento. A ese otro contenido necesario para que las sociedades democráticas lo sean de manera efectiva es a lo que he querido llamar ‘civismo’, y es la suma de un conjunto de disposiciones sociales, personales, culturales y morales de relevancia en el contexto político y que hacen posible y efectiva la convivencia entre los ciudadanos.

Esta obra es un conjunto de reflexiones sin la necesidad de la inmediatez. ¿Dónde reside la diferencia con respecto a sus demás obras?

El libro recoge textos que son como las anotaciones sobre asuntos de la actualidad que me despertaban interés y que propongo que merecen atención. Además, creo que tienen el enfoque y el tono accesible para un lector normal interesado y con la aspiración de profundizar en los acontecimientos de nuestra actualidad. Es verdad que son fruto de la reflexión, pero son textos escritos ‘a mano alzada’, sin las escuadras y cartabones de los textos académicos: son una palabra tomada en público por un filósofo. De hecho, ese fue el título inicial bajo el que los concebí, ‘En público’. “Civismo y ciudadanía” fue mi segunda propuesta a demanda de la editorial, tan acertada en esto como en el resto de los aspectos de la edición del libro.

¿Intenta con ellos realizar un análisis de la sociedad actual o reflejar aspectos del ser humano?

Ambas cosas, diría yo. Realmente el libro es como un diario de viaje por la actualidad y por otros asuntos que, aunque no parecen tener actualidad palpitante, al observador sí le parecen temas que están debajo de esos cambios. El profesor y filósofo Marcelo López Cambronero le ha llamado al libro “observatorio”, y me parece acertado. Es una especie de mirada motivada por la necesidad de comprender lo que ocurre con la profundidad suficiente para no ser un mero espectador. En esa línea están desde la dificultad para entender nuestro mundo y la disolución de la unidad político-cultural que hemos llamado Occidente, hasta la muerte en los atentados de las Ramblas, de los que se ocupan, por ejemplo, los primeros y el último de los textos. También se abordan cuestiones relacionadas con el futuro de Europa, con las reformulaciones contemporáneas de la paternidad, la apatía juvenil o los populismos, por señalar solo algunos. Así que el libro oscila entre muchos de los temas de nuestra actualidad que difícilmente se pueden asimilar si no es mediante un esfuerzo reflexivo.

Para estar en el mundo hay que comprenderlo. Ese es el leitmotiv, el impulso interior de este libro y dónde conecta con todo el resto de mi trabajo.

El título aúna dos palabras: ‘civismo’ y ‘ciudadanía’. ¿Falta civismo y nos estamos perdiendo como sociedad? ¿La ciudadanía existe?

Creo que hay una grave crisis de civismo por el abuso de las condiciones formales de la ciudadanía. Un sujeto que piense que su posición en la comunidad, en el orden social lo definen sus derechos y que le corresponde exigirlos y hacerlos cumplir con la expectativa de minimizar sus deberes, es un sujeto desestructurante del orden social, pese a su aparente conciencia ciudadana. Ese modo de pensar pone a una sociedad como la nuestra en grave crisis. La noción de civismo es precisamente la de ‘hacerse cargo’ e invertir los términos, no por reducir al mínimo los derechos sino por crecer en una disposición más cooperativa, responsable, sensata y consciente de la fragilidad del orden social y de la convivencia. Ese abuso de la ciudadanía se pone de manifiesto muchas veces en creer que el ámbito de lo público es el sitio donde el odio y el egoísmo individual o de clase se hacen legítimos por abandonar la violencia física. La superación de la violencia es un logro político, pero reducir lo político a eso es empobrecerla. La política no es el lugar donde acunar un odio incruento y pactista, así como la economía no es el espacio de la desinhibición del egoísmo mientras sea involuntariamente benefactor. La política es una forma de vecindad -su organización- cuyo deterioro puede hacer inhabitable el país para los demás o para uno mismo. La habitabilidad del país en sociedades plurales me parece una aportación principal de esta idea de lo cívico.

Usted es un pensador contemporáneo, filósofo. En un mundo tan líquido como acuñó Baumann, ¿sigue siendo necesaria la filosofía, o no?

Yo diría que más que nunca. Precisamente porque nuestra perplejidad es mayor y, por tanto, el desconcierto nos rodea. Los hombres para vivir humanamente nuestra vida necesitamos comprenderla, y para habitar el mundo necesitamos realmente comprenderlo: quien no comprende su tiempo, no lo habita. Estar a la altura del propio tiempo requiere un esfuerzo de comprensión. La contemporaneidad, es decir, estar comprensivamente en el propio tiempo, es un logro siempre, y entre nosotros es un logro que requiere atención, lectura, reflexionar juntos y conversar. A mi parecer, este mundo acelerado e hipertecnológico intensifica la necesidad del pensamiento, convirtiéndolo todavía más en una necesidad vital. Su debilitamiento es, seguramente, más peligroso que nunca, porque vivimos en una especie de cascada perpetua en la que la incomprensión nos convierte en sujetos arrastrados por acontecimientos.

¿Cómo convencería a los ciudadanos de que la formación humanística es precisa para su ejercicio profesional?

La creo necesaria para ser hombre en el sentido más propio de la expresión. No por casualidad se llaman “humanidades”. Ser humano no es algo de lo que se pueda prescindir para el ejercicio de ninguna profesión. La humanidad no es algo de lo que podamos desprendernos sin grave deterioro personal y social. Las humanidades hacen al sujeto capaz de una visión simultáneamente profunda y periférica, y eso, en la antigüedad era una necesidad exclusiva de los sujetos directivos de las sociedades. Actualmente, esas dimensiones morales e intelectivas están democratizadas, es decir, corresponden a un ejercicio consciente de la propia ciudadanía, haciendo todavía más imprescindible las humanidades, en particular, la de aquellas que tienen la capacidad de suscitar la reflexión crítica.

Vivimos casi en los mismos entornos informativos que nuestros gobernantes que, por cierto, se dejan llevar para sus decisiones de la dirección que toman dichos entornos, al tiempo que los intentan manipular a su conveniencia. Así que tener una opinión propia y fundada sobre argumentos es tanto como hacerse capaz de una ciudadanía responsable. Eso es imposible sin pararse a pensar las cosas y sin dejarse ayudar por los que ya lo han hecho.

Usted ¿cómo cree que ayuda a las personas la antropología filosófica en el día a día?

Somos los únicos animales que necesitamos darle y encontrarle sentido a nuestra existencia. En el caso de no buscar esa interpretación de manera reflexiva, la asumimos de forma irreflexiva, por tanto, reflexionar sobre qué es el hombre forma parte de una existencia libre que se hace cargo de sí misma. La antropología filosófica es una manera ‘organizada’ y más exigente de atender a esa pregunta.

¿Con qué nos deberíamos quedar del libro una vez leído? ¿Qué destacaría usted?

Que esperamos demasiado de la política -aunque mejor sería decir del Estado- y estamos poco dispuestos a asumir la responsabilidad de nuestra posición como ciudadanos adultos. Deberíamos de invertir la ecuación: estar dispuestos a poner mucho más -a lo que he llamado civismo-, y esperar menos, sin convertir la política en una especie de religión posmoderna o de sustitutivo posmoderno de la religión. Tenemos que aprender a despolitizar el bien común, es decir, a restringir el alcance de la política, a poner la posibilidad de vivir con plenitud según nuestras visiones del mundo en otros espacios como la amistad, que forman parte de lo político pero no de la política. No podemos concebir la política como si el Estado fuera el agente saturador del bien común y de lo político. El Estado debe prestar unos servicios de gran importancia, como la salud, la defensa, la justicia, etc., asegurando una convivencia en términos de paz y prosperidad. Pero ha de abandonar su estrategia invasiva para dejar espacio y que sus ciudadanos vivan de manera libre y responsable, formando sociedades informales en las que de hecho se abre paso la realización de su forma de vivir y de ver las cosas.

Hemos hablado de Civismo y ciudadanía pero, hace escasamente unos días publicó un nuevo trabajo: ‘Mundus’. ¿Puede avanzarnos algo de esta obra?

Es un libro bastante distinto, de indagación filosófica, denso por trechos y en el que he ocupado casi cinco años de trabajo. Aunque en el fondo, estas obras comparten la pasión dominante con la que están escritas: comprender nuestro mundo, en este caso, como 'arqueología' (es decir, pensamiento sobre el principio) de la existencia, de lo que somos. Conocer nuestro mundo es solo una forma particular de averiguar qué es el mundo.

 

 

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