A mis amigos, a los de todas las edades de la vida Durante el confinamiento hemos echado en falta un rito diario y normalmente desapercibido, pero esencial: salir a la calle y volver a casa. Quiero fijarme en la primera parte, salir, porque tiene que ver con la libertad cuya forma más elemental tal vez sea, precisamente, la de poder entrar y salir a nuestro antojo. Estar privado de libertad es siempre también estar privado de poder salir, e implica una restricción fundamental sobre lo que podemos hacer. Ciertamente, no nos impide pensar, ni recordar o fabular, pero sí restringe y mucho lo que podemos hacer a otros o con otros en el mundo. Así que no poder salir es carecer de la libertad de hacer cosas en el mundo, y, en cierto sentido al menos, no estar del todo en el mundo: el mundo es justamente lo que queda fuera, a donde no podemos salir.