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Mostrando entradas de diciembre, 2020

Con el TIEMPO CONTADO. Fugacidad de la vida, alegría y tristeza.

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  En enero de este año a punto de terminar, entre sesión y sesión de un curso a jóvenes de todo el país, un colega me comentaba que le invadía una sensación enorme de caducidad. Escuché calladamente porque me interesaba lo que él dijera y porque hace un tiempo que ese mismo sentimiento me asalta inesperadamente. Aquel comentario se vino conmigo y reaparecía devolviéndome la presencia y los gestos de mi brillante colega y amigo, que me adentraban de nuevo en la meditación sobre el poco rastro que los hombres dejamos y el casi seguro destino de cuanto hacemos. Hasta hace poco nunca había visitado una ciudad y pensado al partir que seguramente no volvería muchas veces más. Tampoco había tenido ese sentimiento con personas o con libros. Ahora sé que el número de veces que volveré a leer los libros que venero serán más bien pocas que muchas.

La NAVIDAD. Consideraciones antropológicas

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  En diciembre de 2018, IESE Madrid me invitó a pronunciar una conferencia que mostrara los aspectos más universales de la Navidad. Las notas para aquella exposición y algunos textos previos dieron lugar a estas consideraciones que ofrecí a mis amigos; ahora a todos. La Navidad Para mis amigos, crédulos e incrédulos   De entre todas las dimensiones antropológicas de la Navidad he tomado cuatro para su consideración: la noche,  la infancia, la casa y los tesoros. La noche   La Navidad es una festividad nocturna. No se trata solo de que sus celebraciones centrales sean Noche Buena, Noche Vieja y la noche de Reyes, o de que sus galas públicas y domésticas luzcan sobre todo de noche y conviertan a los días en vísperas. Es que se celebran en el centro del dominio de la noche, en el solsticio de invierno, cuando la noche extiende todo su poder sobre los días más breves. Por eso, me parece que se entiende mejor la Navidad al hacerse cargo de la simbología universal de la noche. Nues

DESAMPARO INFANTIL y nostalgia del PADRE

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  Publicado en El Debate de Hoy. En las primeras páginas de su obra “El malestar en la cultura”, Sigmund Freud asegura con ademán desenmascarador que “la génesis de la actitud religiosa puede ser trazada con toda claridad hasta llegar al sentimiento del desamparo infantil”. La creencia religiosa en la existencia de un Dios providente no sería más que la reminiscencia en la edad adulta de la necesidad de amparo paterno frente a “la omnipotencia del destino” y la amenaza de un mundo indiferente a nuestra suerte. Es claro que a Freud el hecho de poder derivar una idea de otra le parece suficiente para refutarla como mera invención humana. Pero esa pretendida refutación depende de la suposición de que la idea de Dios no tiene más que ese origen y justificación, lo que, ciertamente, requeriría de un argumento menos escueto que el ofrecido por el psiquiatra vienés. Basta con dudar de dicho supuesto para que la hipotética refutación freudiana oscile como un indicio en su contra, es decir,