Nuevo libro: HUMANO, TODAVÍA HUMANO (octubre 2021)


Octubre de 2021, en la editorial La Huerta Grande

https://www.lahuertagrande.com/publicacion/2194/

Reseña de Armando Zerolo:

"La memoria nos vincula con el pasado, la imaginación enriquece el futuro, y la atención nos vincula con el presente, en el que laten con fuerza creadora el mundo y sus presencias. Higinio Marín ha escrito un libro atento que circula con 'zapatos de tacón' por el mundo, con paso delicado, sin apenas pisarlo y con la paciencia el que sabe que, si corre, tropieza. El mundo es el tema de Higinio, y el mundo de Higinio es un universo".

Para seguir leyendo, pincha aquí:

https://www.eldebate.com/cultura/libros/20211029/higinio-marin-humano-todavia-humano-piel-mundo.html


Índice


Introducción.

Contarlo para vivirlo


I.   Lugares comunes

1.       La casa

2.       La playa

3.       Los árboles

4.       Alrededor del mundo

5.       La isla del tesoro

6.       ¿Por qué son preciosas las piedras preciosas?

 

II.  Oficio de humanidad

1.       La amistad

2.       La piel

3.       La intimidad

4.       La afectividad

5.       La fatalidad

6.       La primera vez

 

III.   Vida y obra

1.         Vocación

2.         Feliz rutina

3.         Pasa la vida

4.         Bellísimas

5.         La presencia

6.         Originalidad e imitación

 

IV.   Fuerzas de flaqueza 

1.        Contra envidia, alabanza

2.        Espejito mágico

3.        Antes de tiempo

4.        Lo nuevo y lo viejo

5.        Épica y lírica

6.        Zapatos de tacón

 

Introducción.

Contarlo para vivirlo

Contaban de un profesor y filósofo español que durante una conferencia ante un ilustre público extranjero, se interrumpió sobresaltado y, con la cabeza entre las manos, buscó ayuda mientras mascullaba: “¡un derrame, un derrame!”. Pronto le rodearon y le pudieron tranquilizar: “no se preocupe profesor, es solo un sismo”.

Hay algo de inevitable en la peripecia del eminente filósofo. Pensar es correr el riesgo de confundir lo que pasa en la cabeza con lo que ocurre en el mundo, sin muchas esperanzas de salir bien parado. Vivir en las ideas tiene un punto de delirio quijotesco y no es nada fácil distinguir la realidad de los textos e ideas que nos damos sobre ella. Y en eso no se distinguen mucho los que los leen o los escriben, o los que ni una cosa ni la otra, porque todos vivimos en ideas y en historias.

La vida entraña para el hombre, como para el resto de animales, problemas que hay que solucionar. Pero solo para el hombre la solución pasa por comprender el problema. No pocas veces, además, hacerse cargo de cuál es el problema forma parte importante de su solución. Aunque, ciertamente, en muchos otros casos no supone una ayuda decisiva y los problemas persisten por sus propias causas. En tales circunstancias la filosofía parece tan inútil como la declaró Aristóteles al principio de la historia. Y, sin embargo, ni siquiera entonces cesa del todo la demanda de historias que nos permitan contar comprensivamente lo que ocurre. La comprensión se justifica por sí sola, aunque sea de aquello que no se arregla comprendiéndolo.

Además, sea cual sea la situación, no poder hacerse una idea al respecto forma parte de lo peor de la situación. Demandamos de los demás, y en particular de quienes se dedican a las ideas, que nos den visiones sobre la realidad que nos permitan entenderla, porque no entender qué pasa es no saber qué pasa en realidad.

 Los hombres sobrevivimos a lo que nos pasa y al pasar mismo de la vida mediante las historias y los argumentos con las que lo contamos. No tenemos otro modo de sobrevivir en realidad, o, mejor, no sobrevivimos más que en la realidad. Y no tenemos otro acceso a la realidad que las ideas e historias que nos damos para explicarla. Tanto unas como otras comparten esa naturaleza argumental que desde el principio asoció a los filósofos con los amigos de las narraciones primordiales, de los mitos, dice Aristóteles.

Para ilustrar todo lo anterior, no me resisto a contar un suceso ocurrido a mediados del siglo pasado y sobre el que escribí hace ya un tiempo (“De dominio público”, 1997). Por entonces el aeropuerto de Villanubla en Valladolid era un aeródromo militar cuya pista coincidía con la carretera. Allí y a través de una espesa niebla, un campesino circulaba muy de mañana hacia la ciudad donde quería vender su vaca. Por alguna razón, los soldados que debían impedir el tráfico por el tramo compartido con el aeropuerto no lo hicieron, y un bombardero en pleno aterrizaje arrolló al campesino y su furgoneta.

Inverosímilmente, el campesino sobrevivió casi indemne, pero la vaca murió y el vehículo quedó totalmente destruido. El oficial al mando, tal vez temiendo las responsabilidades que le correspondían, ofreció al aturdido lugareño una indemnización cuantiosa a condición de que no contara a nadie lo sucedido. Varias veces tuvo que incrementarla porque el paisano se negaba, hasta que al final le desengañó: no aceptaría ningún trato que implicara no poder contarlo en su pueblo.

Seguramente parezca la simpleza de un hombre rústico, y tal vez lo fuera, al menos en parte, pero no deberíamos precipitarnos. Si la vaca hubiera sobrevivido no habría tenido nada que decir al respecto, porque la supervivencia para las bestias es un mero acontecimiento físico que se consuma mediante la continuidad de las operaciones vitales: seguir pastando. Pero nuestro lugareño no se avenía a allanar la diferencia entre él y su vaca, y sentía que, en cierto sentido, el oficial le ofrecía sobrevivir como lo habrían hecho sus animales, a saber, sin poder contarlo.

Si el paisano hubiera aceptado callar a cambio de salir ganando económicamente, habría reducido su supervivencia a un hecho físico al que habría sumado la dimensión económica. Ciertamente es una forma humana de sobrevivir, pero, en cierto modo, habría malgastado el suceso prodigioso de sobrevivir al aterrizaje de un bombardero al mismo tiempo que habría jibarizado su existencia.

Cuentan de un célebre torero que hizo algo parecido a nuestro lugareño tras una meritoria faena en brazos de una celebre belleza: salir cuanto antes para poder contarlo. No es muy caballeroso, pero pone de manifiesto que el diestro estaba acostumbrado a sobrevivir contándolo y si era posible, como fue el caso, dando qué contar.

 Vivir para contarlo es el privilegio y el destino del hombre, la forma de supervivencia de la que ningún otro viviente es capaz. De hecho, si en cierta medida el hombre es pese a su fragilidad un superviviente, es porque la vida se multiplica en sus historias y abre un orden nuevo de otro modo inaccesible. Quien no se afana en comprender lo que vive, no lo vive más que de cuerpo presente, sin sobrevivirlo en la comprensión que nos pone simultáneamente a la altura de la realidad y de nuestra condición.

Así que vivimos para contarlo, pero no menos que lo contamos para vivirlo en realidad. La existencia diaria no es menos sino más sorprendente que la supervivencia al aterrizaje de un bombardero. Por lo menos, ese sentimiento de asombro es, según Aristóteles, el que tienen en común los filósofos y los amantes -escritores y lectores- de las historias. Por eso, de entre todas las realidades que nos plantean de continuo la pregunta sobre qué son en realidad, ninguna como nuestra propia vida. Para vivir no nos basta con saber manejarnos o con saber lo que son las cosas: necesitamos saber lo que somos nosotros mismos para vivirlo en realidad.

Vivimos para contarlo porque, en buena medida, vivimos en lo que contamos que es la vida. Los hombres necesitamos decir lo que somos para serlo, al menos cuanto sea posible. Así que no es poco decir que el decir es nuestro modo de ser. Por eso, sobre todo por eso, atendemos a lo que otros dicen: les leemos y escuchamos en la expectativa de adivinarnos. Son modalidades de ese decirnos las historias, también las que nos entretienen, o las cosas que hacemos con las manos y con el cuerpo, el gesto y la voz, como la danza, la pintura, la música y el canto, la literatura y la historia, la ciencia, la poesía y la filosofía.

No tener nada que decir al respecto no es guardar silencio. En el silencio hay escucha y están vivas las palabras en las que se vive sin pronunciarlas. El silencio genuino está más cerca del decir y del escuchar. El mero no tener nada que decir o que escuchar es la miseria de la existencia, o peor, la miseria como existencia. El idiota –del griego idiotes, sin palabra- no es una modalidad del tonto sino del pobre por antonomasia, del que no tiene nada para decir.

En nuestro idioma todas las formas elementales de la inteligencia están contenidas en la capacidad para contar, ya sea con números o con palabras. Contar es también la elemental numeración que dará lugar a todo el saber matemático del que se sigue nuestro predominio en el mundo y la forma material de nuestra supervivencia. ¡Cómo menospreciarlo! Sin embargo, solo sobrevive en la medida de lo posible y recoge su propia vida y su propio tiempo quien logra un argumento, es decir, una idea o una historia con la que contarlo.

También el mundo mismo necesita ser dicho, pintado, calculado, para que podamos habitarlo. La palabra y el número que nos dejan contar las cosas, forman parte del mundo como lo habitable por el hombre. Animal racional es una mala traducción de zoon logistikon, que debería de tomarse más bien por animal que tiene palabra o animal temático, esto es, que hace tema de los asuntos y de sí mismo y del mundo: que se para a mirarlos sin más urgencia que su consideración.

El lector está ante una veintena de intentos breves -y sonrientes, a veces- de tematizar comprensivamente aspectos de la vida, de lo que somos y lo que es para nosotros el mundo en el que vivimos. Son incursiones de francotirador afrontadas con la libertad de no arrastrar la impedimenta gremial, pero pensadas y escritas con el apremio de saber que forma parte de la suerte que corremos en la vida lo que comprendemos de ella. 



Comentarios

  1. Higinio Marín nos das visiones sobre la realidad que nos permiten entenderla tan ACERTADAMENTE que HOY aunque no se arregle comprendiendola es un ALIVIO que sigas trabajando en contarnos lo que ocurre...
    SOBREVIVIR EN LA REALIDAD PESE A NUESTRA FRAGILIDAD no se puede decir más bellamente este privilegio HUMANO TODAVÍA HUMANO.
    🍷🍷🍷
    GRACIOSAMENTE Higinio Marín abres un orden nuevo con tus libros. Éste último deseando leerlo en cuanto llegue.

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    1. ¡¡Cómo no estar agradecido, Lola!! Muchas gracias, es muy grato, conociéndote, saber que te aporta algo. Muy agradecido.

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