Sexualidad e Intimidad. TEXTO

 

 

Sexualidad, intimidad (y Eucaristía)

(Texto íntegro de la versión publicada en Alfa y Omega, jueves 24 septiembre 2020;https://alfayomega.es/sexualidad-intimidad-y-eucaristia/)

Una de las ideas más recurrentes sobre la sexualidad es que forma parte de la conducta humana que más nos acerca o confunde con los animales. Sin embargo, lo cierto es que la sexualidad es, más bien, el ámbito privilegiado de la asombrosa excepcionalidad del hombre como animal.

No se trata solo de la suspensión de los determinantes biológicos. Ningún otro animal puede, por ejemplo, estar desnudo, ni la desnudez puede tener ningún sentido en su conducta, mientras que es una dimensión crucial sin la que no cabe la comprensión de la sexualidad humana.

La desnudez no es la mera exposición corpórea. De hecho, se malentiende si se piensa como el mero quedar expuesto del cuerpo. Solo cabe estar desnudo si la interioridad está accesible en el cuerpo como su sede comunicante. Paul Valery lo dijo con intuición exacta: en el hombre lo más superficial es lo más profundo. Si la profundidad humana que llamamos intimidad no estuviera expuesta en su corporalidad, ni habría desnudez ni sexualidad como la conocemos.

De hecho, el cuerpo solo se vuelve sexualmente significativo en cuanto se connota de intimidad; despojado de ella se vuelve irrelevante. Y de ahí que pueda intuirse que el deseo sexual es en el hombre, en el fondo, un deseo de intimidad; y más en particular, de la comparecencia comunicante y ofrendal de una intimidad en su sede corpórea.

Por eso, cuando no hay tal intimidad comunicante, el deseo sexual necesita fingirla, representarla para darle al cuerpo relevancia sexual, es decir, de intimidad o interioridad accesible. Y, por eso, en don Juan, en el seductor, el deseo de placer se hace libertino al tomar la forma de la curiositas.

Ahora bien, la intimidad solo se tiene y se toma si se guarda, así que su allanamiento es también la perdida de lo que se apetecía al obtenerlo como trofeo. Solo se habita sexualmente la intimidad cuyo conocimiento la preserva. Y, si se piensa bien, eso solo ocurre donde la relación de los que se unen sexualmente es incondicional y exclusiva.

El mutuo darse el uno al otro como alimento, gestualmente representado en el beso, es la aspiración psicofísica -contenida e impulsada en el deseo de placer- a constituir una unidad viviente entre los amantes que, si bien no se cumple corpóreamente (salvo en el hijo), se realiza en el orden de la intimidad convertida en el espacio de la mutua co-habitación; de la compañía en el origen que se dan el uno al otro.

La unión sexual tiene toda ella la naturaleza de la gesticulación de la presencia mutua en el cuerpo, que así se vuelve comunicante y ofrendal: se hace presente el que se convierte en un presente -es decir se ofrece- para el otro. Es la plenitud de esa presencia la que satisface el deseo sexual en su fuente más arcana: curar la soledad. Por eso, todas las formas de sexualidad que se resuelven en la experiencia intensificada de la propia soledad, no pueden sino acrecentar (entristecido) el deseo que pretenden satisfacer.

En el mundo hay ya una Presencia Real capaz de curar esa soledad, y eso es lo que testimonian el celibato y la virginidad católica, pero también la incondicionalidad esponsal. Por eso, en el cielo los hombres no tomaran mujer, ni tampoco habrá Eucaristía, porque cada una en su orden son prendas mundanas de la plenitud de la realidad hecha pura presencia que es la Gloria.

 

El texto resume parcialmente la ponencia "Sexualidad e intimidad" disponible en el congreso on line de la Univ. Francisco de Vitoria, "Afectividad y sexualidad en el siglo XXI: https://www.ufv.es/registrocorazon/ ;

 y glosa el contenido del capítulo 6. Sexualidad y presencia, de “Mundus. Una arqueología de la existencia humana”, Nuevo Inicio, Granada, 2019. https://mundusunaarqueologia.blogspot.com/p/resenas-y-notas-sobre-mundus-una.html

 

 

 

 






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