Con el TIEMPO CONTADO. Fugacidad de la vida, alegría y tristeza.
En enero de este año a punto de terminar, entre sesión y sesión de un curso a jóvenes de todo el país, un colega me comentaba que le invadía una sensación enorme de caducidad. Escuché calladamente porque me interesaba lo que él dijera y porque hace un tiempo que ese mismo sentimiento me asalta inesperadamente. Aquel comentario se vino conmigo y reaparecía devolviéndome la presencia y los gestos de mi brillante colega y amigo, que me adentraban de nuevo en la meditación sobre el poco rastro que los hombres dejamos y el casi seguro destino de cuanto hacemos. Hasta hace poco nunca había visitado una ciudad y pensado al partir que seguramente no volvería muchas veces más. Tampoco había tenido ese sentimiento con personas o con libros. Ahora sé que el número de veces que volveré a leer los libros que venero serán más bien pocas que muchas.